Texto y fotografías por Jaír F. Coll / Compromiso Valle
Cuando un hincha es tan entregado a su equipo de fútbol en Colombia es normal que le hayan dicho en tono de burla: “Siga haciéndoles barra, como si le fueran a dar de comer”. En 2020, año de la pandemia y también el que más se pasó hambre en Latinoamérica, según Naciones Unidas, nacieron (o se fortalecieron) diferentes estrategias para garantizar la seguridad alimentaria en los sectores más vulnerables del país. El mejor ejemplo eran las ollas comunitarias, y una de ellas fue creada por un grupo de hinchas del América de la ciudad de Cali, cuyo lema es: “Ser barra sí nos dio de comer”.
Ellos se hacen llamar un Distrito en Paz, una fundación creada en 2016 como respuesta a los hechos violentos que en ese entonces se habían tomado la barra del América, producto del narcotráfico. Algunos fanáticos no solo fueron asesinados por querer transformar las condiciones jerárquicas de la hinchada en algo más democrático, sino también por ser testigos claves contra el crimen organizado.
“A pesar de la rabia, decidimos seguir el legado por el que varios compas fueron asesinados. O sea, convertirnos en una barra organizada y con un objetivo social”, asegura Héctor Obando, fundador de Distrito en Paz. Sus 15 miembros administran tres comedores comunitarios en el oriente de Cali, mientras realizan actividades educativas y recreativas con niños de la zona.
El crecimiento de la fundación le ha permitido contar con el apoyo del sector privado, a la cabeza de Compromiso Valle, una unión de más de 400 empresas y personas naturales que se dedican a financiar y asesorar proyectos de empleabilidad, emprendimiento y educación para jóvenes del departamento. La iniciativa se gestó después del paro nacional del 2021, un evento que dejó socialmente fracturada a Cali, en donde ocurrieron 45 de los 80 homicidios vinculados a la protesta social, según Indepaz.
María Isabel Ulloa, la directora de ProPacífico, entidad que articula Compromiso Valle, señala: “Hace poco se cumplieron dos años del estallido social y puede que haya cierta sensación de desasosiego, pero mi mirada es que sí están pasando cosas buenas. Cuando conocimos a Distrito en Paz, ellos aspiraban a contar con una casa que fuera su sede, que hicimos posible que ellos tuvieran. Además, fortalecimos sus huertas comunitarias, con las que surten parte del mercado para los comedores. Esto solo fue una excusa para que ellos pensaran qué actividades iban a hacer allí y cómo iban a proyectarse a mediano plazo”.
Al lado izquierdo de un comedor comunitario en donde se alimentan a casi 100 personas diarias de lunes a viernes, se encuentra la sede de la fundación. En la sala principal, en donde hay una biblioteca, cuelgan fotos de los encuentros culturales que ha liderado Distrito en Paz. También hay dos murales uno que conmemora a Omar Caicedo, un niño de 7 años que fue asesinado por un soldado al querer colarse gratis a un partido del América en 1949, y otra imagen de un muchacho de la guardia indígena que levanta su puño.
Él no es el único que alza su mano en ese lugar: también la docena de niños y niñas que piden la palabra para aportar ideas para un cuento sobre un caballero que debe rescatar a una princesa de un dragón mutante. Es sábado, día en el que Distrito en Paz realiza la escuelita comunitaria, una estrategia que desarrolla habilidades blandas en los menores del sector, como la creatividad artística, el liderazgo y la comunicación.
Uno de los profesores es Harvey Zapata, psicólogo e hincha del América, quien anota todas las ideas posibles para crear un relato coherente: un caballero que recibe una carta de auxilio, una princesa llamada Violet y un villano parecido al Bowser de Mario Bros. “A través de estos ejercicios queremos que ellos sean conscientes que también viven un cuento diario y si hay cosas que modificarle a sus historias, este espacio es ideal para ello”, comenta Zapata.
Mientras un grupo de niños termina de pulir su historia fantástica, otro redacta un cuento inspirado en algunas de las biografías de los hinchas de Distrito en Paz: un niño con un talento extraordinario en el fútbol que luego es contratado por el América, se hace una larga carrera deportiva y al retirarse, se convierte en un líder de su comunidad.
Es como si hiciera resonancia con parte de la vida de Héctor Obando, quien recuerda: “Cuando estudiaba en el Colegio Compartir (a solo una manzana de donde hoy queda la fundación), veía cómo se reunían los hinchas del América y yo empecé a interesarme por ellos, a querer ser parte de ellos. Mis papás me cuentan que yo, con apenas 5 años, corría hacia las caravanas para cantar los himnos del equipo”,
Obando siempre recalca que nació en 1997, cuando no solo América obtuvo su novena de quince estrellas de la competencia nacional, sino también el año en el que se creó la Banda del Barón Rojo Sur, en referencia a la ubicación que los más fanáticos del fútbol siempre se hacen en el Estadio Pascual Guerrero de Cali.
La Tribuna Sur de la cancha es también una metáfora de las divisiones sociales de la ciudad: el costado obligado para el hincha que proviene de los barrios más vulnerables. Y, a su vez, dichos barrios están concentrados en el oriente de Cali, el cual nació a partir de poblaciones desplazadas por el conflicto armado colombiano. Pero las fracturas no solo son físicas, sino también intangibles, como la apatía por construir proyectos entre sectores sociales opuestos. Sin embargo, hay una iniciativa que busca darle un giro de tuerca a este problema.
“Compromiso Valle es una forma de unir la ciudad, de mirarnos a la cara y construir juntos. En el caso de Distrito en Paz, el apoyo ha ocurrido desde diferentes puntos de vista: algunos de sus miembros han empezado sus estudios universitarios, a otros los hemos contratado para eventos de las empresas aliadas y también los hemos capacitado en temas de liderazgo y emprendimiento”, cuenta Juan Ramón Guzmán, director de Bivien, empresa dedicada al aseo y cuidado personal.
Durante las manifestaciones del 2021, las principales vías y entradas de Cali estuvieron bloqueadas por diferentes ‘puntos de resistencia’. Ramón recuerda que varios empresarios decidieron visitarlas para conocer los reclamos que demandaban los protestantes: no solo había un descontento generalizado contra el Gobierno Nacional, sino también privaciones en empleo, educación y oportunidades para los jóvenes. De hecho, hoy en día hay 2,96 millones de jóvenes que no estudian ni trabajan en Colombia, según el DANE.
“Como me dijo una líder, ‘nosotros nos cansamos de pedir y ustedes se aburren de dar’. Entonces ellos querían que los ayudáramos a crear oportunidades que les diera autonomía y generaran ingresos propios. Estas son las relaciones en las que debemos seguir trabajando por muchos años”, asegura el empresario.
Jhonier Cuero ‘Misterio’, uno de los líderes de Distrito en Paz, define esas relaciones con un término de la biología: mutualismo. Una interacción entre especies diferentes, en la que ambas se benefician.
“Hemos aprendido a que tampoco podemos llegar al extremo de decir ‘Yo dejo todo por América’, lo que nos ha permitido desarrollarnos como hinchas propositivos y con una visión social”, reflexiona ‘Misterio’.
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El día después de la escuela comunitaria tiene lugar el evento más simbólico y significativo para la fanaticada: el clásico entre América y el Deportivo de Cali, en la noche del 30 de abril del 2023. Horas antes, todos los bloques del Barón Sur se aglomeran en los alrededores del estadio, en donde cocinan carne asada y pollo a la plancha, se dan abrazos, toman cerveza y algunos fuman marihuana. A veces se escucha y se siente en la espalda el estruendo de la pólvora, que es encendida en medio de la calle.
Luego de una carnavalesca bienvenida al bus en donde están los jugadores del América, que es celebrada con humo rojo, cantos y una procesión eufórica, los hinchas ingresan al estadio.
Para estar dentro de la Tribuna Sur de la barra del América ese domingo 30 de abril era imprescindible ser parte de una avalancha de fervor humano: saltar hasta que los tobillos ardan y cantar hasta que la garganta no logre emitir ni un murmullo. Esta euforia es llevada al extremo cuando América se impone ante el Deportivo Cali, en un 5-2. Cada gol es celebrado con empujones que se esparcen como ondas de tsunamis.
“Esta será una muy bonita semana”, dice con convicción Duvier Quiñonez, el jefe de comunicaciones de Distrito en Paz, cuando salía del estadio junto con más de 40.000 hinchas. La noche parece haberse teñido de rojo con las camisetas de quienes caminan las calles aledañas.
El hambre oprime el estómago tras el agotamiento de ser barra. Unos hinchas buscan un alivio en los puestos de comida rápida de la zona. Otros regresan a sus casas, conscientes de que los días posteriores deben dar almuerzo a 300 almas en los tres comedores comunitarios. Marlene Angulo, una de las cocineras, llega poco después del amanecer para empezar su labor. A ella le gusta pensar en el “fútbol como una excusa para unir y hacer algo por la comunidad”. Hay hambre en Cali, y unos fanáticos de La Mecha descubren otra pasión en saciarla.
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